carlitos

Carlitos llegó por primera vez a la puerta de casa, timbreando, allá por el año 1995.  Pedía ropa o plata para comprar algo para comer y llevar a su casa. Tendría unos 14 años, grandote, bien morocho, carita redonda de bueno y ojos con viveza. Muy correcto y súper tierno.  Lo más llamativo era su sonrisa, amplia hasta casi el exceso de dientes, honesta, disimulando tal vez sus miserias o quizás habiendo aprendido a ser feliz con ellas.

Ese día le di algo de plata y le dije que volviera, que le juntaba ropa, porque me había contado que tenía varios hermanitos.

Y volvió al día siguiente, a la tardecita. Le habíamos preparado junto con mi hija Verena que tenía 4 años una bolsa con ropa. Esta segunda vez le pregunté dónde vivía y con quién, ahí supe de la villa, de la madre en situación de violencia constante con sus parejas, de su padre ausente, de sus hermanas, medio hermanos y hermanastros varios. Le dije que pasara de vuelta en unos días y le iba a juntar más cosas y se fue contento.

Varias veces vino a timbrear a casa, cada vez las charlas se hacían más largas, ya Verena salía a la vereda a saludarlo y se quedaba un ratito a conversar con él. Una tardecita le pregunté por el colegio.

-Todos los días. Me cuesta un poco a veces, pero voy.

Decidí ofrecerle ayuda para lo que le resultara difícil, en esa época yo trabajaba de docente y me pareció que podía darle una mano para terminar el primario y quizás alentarlo a seguir estudiando.

Una vez por semana venía Carlitos, con sus cuadernos y una cartuchera con unas pocas cosas muy cuidadas. Era muy inteligente y su dificultad era mínima, no tenía problemas de comprensión como me había imaginado, era rápido para matemáticas y un poco vago para lengua, por falta de práctica en la lectura, no venía de una casa con libros. Servíamos una merienda en el comedor de casa, hacíamos los deberes, hablábamos. Se sentaba un rato a jugar con Verena, y sobre todo a alimentar y mirar los peces de la pecera que había traído Papá Noel la Navidad anterior. Llegado el final del trimestre, vino con alegría a mostrarme el boletín.  

-Aprobé todo.

No solo era felicidad por él lo que sentí, era el logro nuestro, de Verena y mío, un ejemplo a seguir.

Terminó el año, terminó la primaria y vino a mostrarme su diploma. Esa tardecita festejamos con alfajores.

Fue la última vez que ví a Carlitos el grandote, bien morocho, carita redonda de bueno y ojos con viveza.

No había forma de rastrearlo ni encontrarlo, no sabíamos ni dónde vivía. De su casa mucho no hablábamos porque no le gustaba, y algunas de sus frases sugerían mudanzas continuas y situaciones que no quería revivir.

Pasaron unos cuantos años, como 5, hasta esa tardecita en la que sonó el timbre. Esa vez atendió Verena, yo estaba también cerca de la puerta.

– ¡Holaaaaa!

La enorme figura femenina, voluptuosa por delante y por detrás, enfundada en un vestidito de lycra blanco, ojos empastados de celeste con pestañas gigantes y labios inflados de fucsia, tacos altísimos con plataforma, aros gigantes enredados entre el pelo amarillo, sonreía. Tenía en la mano una bolsita con agua y un pez naranja.

Pasaba un auto y desde adentro le gritaron unos pibes.

-¡Ehhhh, mamasaaaaaaaa!

La enorme figura de blanco dio media vuelta, sonrió, levanto su mano como diva y quebrando cadera devolvió el saludo con voz impostada y aguda.

-¡Uuuhhhh, graciassssss chicossss!

Recuerdo la cara de Verena, que tendría unos 9 años, medio sorprendida, medio pensando por qué esa cara era tan familiar, y atenta a la bolsita con el pez.

-¿Carlitos?

-¡Yoana!

Abrimos la reja y nos abrazamos los tres.

-Me acordé que te gustaban los peces.

Entramos y lo pusimos en la pecera, junto con los otros. Parecía adaptarse rápido a su nuevo entorno, nadaba de un lado al otro, se juntaba con los demás. Estaba contento, el pez.

Fue la última vez que vi a Yoana, no porque no hubiera querido, sino porque esa vez me dijo que estaba trabajando por las noches en la barrera frente al Club Alemán y que se había mudado y vivía sola más lejos. Que había venido nomás a visitar y agradecer. Que estaba feliz, nos dijo. Nos abrazó fuerte y se fue bamboleando caderas falsas, a paso largo pero adaptadísimos a los tacos.

Nunca más volvió. Supe al poco tiempo que habían corrido a los travestis de esa barrera y estaban en alguna otra parte, más lejos. Tuve momentos de plantearme qué podría haber hecho para que siguiera estudiando, después se me pasó, o quizás comprendí que nunca iba a saber si lo de Carlitos había sido una elección o una necesidad o vaya uno a saber. Quizás en algún momento Yoana decidió seguir estudiando y consiguió un trabajo mejor, quién sabe…

Share this post

Share on facebook
Share on google
Share on twitter
Share on linkedin
Share on pinterest
Share on print
Share on email

login